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La mayoría de nuestras naciones están siendo violentamente sacudidas por el brote de coronavirus. ¿Cuándo, si no es en estos momentos, somos llamados a levantarnos y brillar?

El coronavirus, el amor al prójimo y la cuarentena en la Biblia

Ya en el Antiguo Testamento encontramos regulaciones de cuarentena muy estrictas para los que padecen enfermedades infecciosas (Levítico 13 en adelante). Cuando los cristianos siguen el consejo médico y las restricciones del gobierno para, por ejemplo, reducir drásticamente todo contacto social, no es una expresión de incredulidad (como si Dios no tuviera el poder de protegernos o curarnos). Más bien, es lo que exige la sabiduría y, sobre todo, el amor al prójimo. La ecuación es sencilla y seria: cuanto más baja sea la tasa de infección viral, menor será el número de personas vulnerables que morirán. ¡Dónde podamos contribuir a ese resultado, debemos hacerlo!

Los cristianos, las epidemias y el avivamiento

Si bien la sabiduría, la solidaridad y el amor al prójimo nos llevan a participar en la contención de la pandemia actual en la medida de lo posible, recuerdo las muchas veces en la historia donde la luz del amor cristiano ha tenido un brillo deslumbrante en tiempos oscuros de enfermedades infecciosas y agitación social. Los creyentes vencieron el impulso de huir hacia la seguridad y aislarse del sufrimiento de los demás:

“En el año 165 una plaga arrasó con el poderoso Imperio Romano, aniquilando a uno de cada tres de la población. Sucedió de nuevo en el 251 cuando morían 5.000 personas al día tan solo en la ciudad de Roma. Las familias abandonaban a los infectados para que murieran en las calles. El gobierno estaba incapacitado y el propio Emperador sucumbió a la plaga. Los sacerdotes paganos huían de sus templos donde la gente había acudido en busca de consuelo y explicación. La gente era demasiado débil como para ayudarse a sí misma. Si no te mataba la viruela, te mataban el hambre, la sed y la soledad. El efecto en la sociedad en su conjunto fue catastrófico. Sin embargo, después de las plagas, se confirmó la buena reputación de la fe cristiana y el número de fieles creció exponencialmente. ¿Por qué? Los cristianos no venían armados con respuestas intelectuales al problema del mal. No disfrutaban de una capacidad sobrenatural para evitar el dolor y el sufrimiento. Lo que sí tenían era agua, comida y presencia. En resumen, si conocías a un cristiano, estadísticamente tenías más probabilidades de sobrevivir, y si sobrevivías, sería la iglesia la que te ofrecería el ambiente social más amoroso y estable. No fue la apologética inteligente, la organización política estratégica o el testimonio del martirio lo que convirtió un Imperio, sino la simple convicción de mujeres y hombres normales de que lo que hacían por el más insignificante de sus prójimos, lo hacían por Cristo”. (Stephen Backhouse citado en Simon Ponsonby, “Loving Mercy”, p. 155)

Lo cierto es que la apologética meditada y reflexiva desempeñó un papel muy importante en la extensión del cristianismo dentro del Imperio Romano, pero como dice Ravi Zacharias: “El amor es la mayor apologética. Es el componente esencial para llegar a la persona entera en un mundo fragmentado”. ¿No sería maravilloso que también en nuestros tiempos los cristianos llegaran a ser conocidos principalmente por su amor generoso y desinteresado por el prójimo, en lugar de ser conocidos por las muchas cosas a las que se oponen y juzgan?

Cómo lidiar con el miedo

Tiempos inciertos, agitación social, amenaza de pobreza, enfermedad y muerte: todo esto naturalmente conduce al miedo. En situaciones como estas, Dios nos extiende una invitación: conocerle a Él y experimentar de cerca cuán grande, bueno, fuerte, poderoso, y verdaderamente fiel es nuestro Padre celestial. Personalmente, lo que más útil me parece en tales situaciones es meditar en textos de la Biblia que aprendo de memoria. Pienso en ellos, hablo con Dios en base a ellos, los siento, los “mastico”, los llevo en mi corazón, y los asimilo internamente. Por ejemplo, el Salmo 23: ¿lo conoces, ya lo sabes de memoria?

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