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El autor recomienda leer este artículo con la banda sonora de Interstellar de fondo:

 

Hay algo especial en caminar de noche por las calles de Madrid y ver las luces de Navidad. Saber que hay algo más de lo que tus ojos podrían ver de otra forma. Es algo que siempre se acentúa en este momento del calendario, y por muy poético que suene, es una respuesta indicada a las circunstancias: en medio del momento más oscuro del año, la luz brilla más que nunca.

Aunque refleje un elemento artístico y astronómico, también es un reflejo de la paradoja de cada año, un momento de contrastes donde vemos lo mejor y lo peor del año. Lo mejor y lo peor de la humanidad. Donde nos hacemos la pregunta, ¿Vamos cuesta arriba o cuesta abajo?

La oscuridad física del invierno tiene una causa muy clara, la inclinación del eje de la Tierra sobre el plano de su órbita, pero cuando nos miramos a nosotros mismos, ¿qué causa nuestro solsticio?

Está claro, que la Navidad es un momento que muchos disfrutamos. Pero cuando hacemos balance, año tras año, a gran escala, parece que por mucho bien que consigamos hacer, hay ciertos desafíos que no logramos vencer.

Ante tal sensación recurrente, no podemos evitar la pregunta, ¿Realmente podemos cambiar? ¿O estamos condenados al cíclico patrón anual donde evaluamos si hemos ido a mejor o a peor, para ahogar esa voz que nos recuerda la aterradora posibilidad de que quizá no importe? Quizá no haya cambio posible, ni tiene sentido alguno buscarlo porque “El ADN ni sabe ni se preocupa. El ADN solo es, y bailamos al ritmo de su música”.¿No?

Aunque esta idea no corresponde con lo que observamos ni con la forma en que vivimos, parece difícil escapar de ella, por el momento cultural que vivimos y ante nuestra incapacidad, en general, de encontrar solución a los problemas más persistentes y profundos de la humanidad, ya sean problemas “físicos”, o sean problemas más profundos e internos, aunque igualmente tangibles.

Quizá por eso nos gustan tanto las películas de Navidad. En la mayoría alguien amenaza o bien dejarnos sin Navidad, o bien cargarse algo más, ya sea robando los regalos a un niño que se quedó atrás, amenazando un edificio en la jungla de cristal, o directamente robando la Navidad al mundo entero. Quizá estas películas nos gustan porque hacen eco a nuestra sensación de que la vida, tal y como la conocemos en su sentido más amplio, sí tiene sentido y debemos hacer lo posible para protegerla.

Sin embargo, a menudo estas películas son demasiado superficiales. Por eso coincido con algunos en que la película que más encaja para una tarde de Nochebuena es una de las obras maestras de Christopher Nolan, Interstellar, en la que exploramos la magnitud del universo, lo más grande que conocemos, y a la vez el funcionamiento de lo más intrínseco en el tejido del espacio-tiempo y la vida. Una película que para algunos alcanza la cúspide en sus planos, la maravillosa banda sonora de Hans Zimmer, y en la máxima trascendencia de la misión principal: salvar a la humanidad. Para otras personas, en cambio, la película brilla por ser profundamente conmovedora al explorar la relación de un padre, Cooper, con su hija, Murphy.

Y en medio de todo, el mensaje: “Necesitamos ayuda”.

Es la línea con la que empezábamos. La interminable lucha, la luz que brilla en medio de la oscuridad, y la pregunta que persiste: ¿algún día prevalecerá esa luz?

Si hemos visto la película, no podemos evitar recordar el famoso poema de Dylan Thomas narrado por Michael Caine mientras los astronautas parten buscando una solución al problema:

No entres dócilmente en esa buena noche.
La vejez debería delirar y arder cuando se acaba el día;
Rabia, rabia, contra la luz que se esconde.

Según otra traducción, “Pelea contra la extinción de la luz”. Es una sensación innata que todos tenemos. Solo hay un problema, y es que ni el poema ni Christopher Nolan son capaces de decirnos cómo hacerlo.

Es una idea atractiva, pensar en luchar contra la extinción de la luz, contra la muerte de nuestros seres queridos (lo que motivó el poema), contra la extinción de nuestro significado o sociedad, etc. Pero, ¿cómo lo hacemos?

Conectamos con la película porque nos habla de nuestras necesidades, tanto nuestros requisitos biológicos, como nuestra necesidad de relaciones y significado. Y porque alude a la posibilidad de salvación.

El problema es que, incluso pasando por alto los elementos ficticios de la película (los cuales, hay que admitir, son menos de los que podríamos pensar), aun así, la solución se queda corta. En lo más profundo de nuestro corazón, no buscamos solo poder seguir respirando. Buscamos, como decíamos, relaciones, propósito y vida: tanto poder seguir haciéndolo biológicamente, como poder empezar a hacerlo de la forma más plena.

Es por eso que creo que en vez de olvidar la narrativa de la Navidad original e intentar suplirla con películas, deberíamos explorarla y escucharla. Cuando digo narrativa, me refiero a la cosmovisión y a la comprensión de lo que es verdad y de lo que ha ocurrido, realmente, en la Historia.

La historia real de la Navidad es la historia de la luz que brilla en la oscuridad. Ese es el mensaje más controvertido de la Navidad: que necesitamos ayuda.

La venida de Jesús al mundo se ha interpretado de muchas maneras. Pero la Biblia, la fuente, es inequívoca al contarnos su significado:

El pueblo que andaba en tinieblas
ha visto gran luz; a los que habitaban en tierra de
sombra de muerte, la luz ha resplandecido sobre ellos.

El mensaje cristiano es que, ante nuestra incapacidad, Dios mismo vino. Ante nuestra necesidad de ayuda, Dios mismo vino a salvarnos.  El mensaje es que la luz vino al mundo. Que “en Él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres.”,4 y que “Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por El”5.

La Navidad nos recuerda nuestra necesidad. Todos los años. Pero también es un momento de profunda y clara esperanza porque el corazón de la Navidad es un hecho histórico donde vemos al Dios del universo ponerse de nuestro lado. Y nos extiende una invitación. Jesús dijo:

Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida.6

No pretende ser un consejo ni una simple meditación para hacernos sentir mejor, sino una promesa. Una invitación tangible, basada en algo que o es verdad, o no lo es, para todos. Es la invitación a aquello que más anhelamos: encontrar propósito, identidad, y el tipo de relación para el que fuimos hechos. La Biblia nos cuenta que el mundo para el que fuimos hechos no está en otra galaxia, como esperan en la película, sino que es una realidad, física y espiritual, que ya podemos empezar a experimentar y que se establece por el mismo Dios creador del universo.

En la película, la solución termina llegando a través del sacrificio de Cooper. Es el tipo de historia que nos hace vibrar. Quizá es así porque nos recuerda a la mayor historia de la humanidad, una que no tiene lugar en una película, sino en el mundo que habitamos.

Para millones de personas, la Navidad cobra sentido al verla como un rescate. Como el de Interstellar, pero en la realidad, y con una solución final que zanja la pregunta. Una solución profunda, estable, que no encontramos en la película, ni en nuestros propios esfuerzos.

Al final de este año, a la hora de hacer balance, ¿por qué no darle una oportunidad a la persona que cambió la Historia y te ofrece una solución?

 

1 Richard Dawkins, El río del Edén (Barcelona: Debate, 2000), 157.
2 Juan 10:10
3 Isaías 9:2
4 Juan 1:4
5 Juan 3:16-17
6 Juan 8:12

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Gerson Mercadal

Comunicador Fundación Pontea