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A nivel tecnológico, académico, intelectual y económico estamos más avanzados que nunca antes en la historia de la humanidad. Sin embargo, el suicidio, la depresión, el divorcio, la ansiedad y la fractura social han aumentado como nunca en todo el mundo. ¿Por qué?

La película The Martian —protagonizada por Matt Damon— cuenta la historia del astronauta ficticio Mark Watney. Watney se encuentra varado en Marte después de una evacuación de emergencia de su estación espacial. En su lucha por sobrevivir, somos testigos de su increíble ingenio, capacidad para innovar y resiliencia.

Ya en la tierra, la escena final de la película muestra a Watney hablando a un grupo de cadetes de la NASA. Basándose en su desgarradora experiencia, explica la importancia de la dedicación, afirmando que “…si resuelves suficientes problemas, puedes volver a casa”.

La declaración de Watney es un claro reflejo de las creencias que impulsan cada vez más a la sociedad moderna. Se nos dice repetidamente que estudiemos mucho, que trabajemos duro, que nos apliquemos, que descubramos quiénes somos y vivamos de acuerdo a esa verdad.

Este mantra de la autosuficiencia es lo que nos hemos estado repitiendo durante miles de años. Los sociólogos lo llaman autosuficiencia, los psicólogos, autorrealización, y el influyente pensador Carl Jung, individuación. Es la misma idea que sirve de base a casi toda la filosofía de la nueva era, la autoayuda y el coaching tan populares hoy en día. Lo que tenemos que hacer es mirar en nuestro interior y salir adelante con nuestras propias fuerzas morales, físicas, emocionales y existenciales.

Cuando trabajaba de abogado, me di cuenta de que ese mantra se había colado en la profesión. El estatus, el mérito y el valor personal estaban inextricablemente ligados a lo bien que desempeñábamos nuestro trabajo. Después de observar la trayectoria profesional de mis amigos y familiares, cada vez tengo más claro que este objetivo huidizo de la autosuficiencia está presente en todas las profesiones y en todos los lugares de trabajo del mundo.

Este interés universal por el autodescubrimiento y la autoayuda ha sido el gran motor cultural de los siglos XX y XXI. Sin embargo, los resultados han sido cuestionables en el mejor de los casos. En los campos tecnológico, académico, intelectual y económico estamos más avanzados que nunca antes en la historia de la humanidad. El mensaje que nos llega es “Encuéntrate a ti mismo”, “Busca tu propia satisfacción” y “Tú defines quién eres”.

No damos la talla

Sin embargo, los indicadores de la prosperidad humana están cayendo en picado. El suicidio, la depresión, el divorcio, la ansiedad y la fractura social han aumentado como nunca en todo el mundo. Estamos en la llamada “era de los derechos humanos”, pero hay más esclavos ahora que nunca antes en la historia. Gracias a la tecnología móvil, cada vez más poderosa, estamos más conectados que nunca y, sin embargo, la soledad es la mayor causa de suicidio de adolescentes en todo el mundo. Presumimos de estar en el camino hacia la perfección moral y, sin embargo, en el siglo XX matamos a más seres humanos que en los diecinueve siglos anteriores. Nuestra condición moral sigue siendo un enemigo peligroso —cada vez más—, y nuestros avances tecnológicos han hecho que nuestras luchas sean cada vez más visibles.

En su carta a las iglesias de Roma, apenas unas décadas después de la resurrección de Jesús, el evangelista Pablo escribió que “todos estamos lejos de la gloria de Dios” (Romanos 3:23). Muchos siglos antes de que Pablo escribiera eso, el salmista le daba la razón subrayando la necesidad universal de los seres humanos de ser rescatados de nuestros fracasos, nuestras imperfecciones, nuestra naturaleza inmoral y, en última instancia, de nosotros mismos (Salmo 51). Vemos estas verdades en nuestras vidas todos los días. No solo no estamos a la altura de la norma moral perfecta de Dios, sino que tampoco estamos a la altura de las normas morales imperfectas que nosotros mismos inventamos (Romanos 2:14-15).

Deseamos recibir ayuda

No necesitamos mirar más allá de nuestros propios corazones para encontrar evidencias de nuestras necesidades más profundas. Buscamos la justicia, el perdón, pertenecer, una identidad, la paz y la realización. Sin embargo, nuestra tendencia a ponernos en primer lugar cuando buscamos estas cosas parece dejarnos constantemente con ganas de más. El Premio Nobel Alexander Solzhenitsyn escribió que la línea que divide el bien y el mal atraviesa y divide el corazón de cada hombre y mujer. Sin duda, tenía toda la razón.

Por supuesto, hay quienes niegan que el ser humano necesite ayuda. La sociedad nos dice que dentro de nosotros mismos tenemos todo lo que necesitamos y, por tanto, todo lo que tenemos que hacer es buscar en nuestro interior las respuestas que buscamos. Aunque esa idea traiga algo de paz en un inicio, la experiencia apunta en otra dirección. Cuanto más miramos dentro de nosotros mismos, no solo no vemos respuestas, sino que vemos más preguntas. La evidencia es innegable: necesitamos que nos rescaten de nosotros mismos.

Por mucho que intentemos convencernos de que no necesitamos ayuda, nuestras luchas afectan a todos los aspectos de nuestra autoexpresión. Cuando tenemos problemas, buscamos ayuda del más allá. Es una reacción instintiva y automática. Parece que sabemos que nuestras necesidades interiores deben ser satisfechas desde fuera.

Cuando observamos de cerca las historias de los grandes superhéroes, encontramos algunos temas comunes. El altruismo de Iron Man cuando sale volando para alejar de la Tierra las armas de destrucción masiva; la compasión que Superman muestra cuando —aun con su vida en juego— su enemigo dice de él: “A él le importa. Realmente le importa esta gente de la Tierra”. La valentía de Wonder Woman que lucha para proteger a esa raza humana que tiene la capacidad inherente de hacer el bien, incluso después de descubrir que también tiene la capacidad inherente de hacer el mal. En los superhéroes encontramos una combinación única de sacrificio, justicia y compasión, que les lleva a realizar grandes rescates.

¿Qué pasaría si los ideales que más admiramos de nuestros superhéroes —poder, sacrificio, compasión y justicia— estuvieran encarnados en un Salvador que los pusiera en práctica para rescatarnos a ti y a mí? ¿Y si la oferta de rescate no viniera del mundo ficticio? ¿Y si nuestros superhéroes imaginarios fueran destellos de una misión de rescate no ficticia?

En este contexto, la historia cristiana se presenta con tres pilares que cambian la vida por completo y que el pensamiento humano hubiese sido incapaz de inventar:

  • Una comprensión profundamente honesta de la realidad del sufrimiento en nuestro mundo (1 Pedro 1:6). El mensaje cristiano no dice que el sufrimiento es una ilusión, un sinsentido, un producto del karma o algo que se puede evitar. Reconoce acertadamente que es una realidad inevitable.
  • Un diagnóstico preciso de las luchas internas del corazón humano, que anhela la justicia y el perdón (Salmo 51); y
  • Una misión de rescate totalmente inesperada: Dios mismo se adentró en su mundo como persona, Jesucristo (Colosenses 1). Dios hecho hombre murió en una cruz para acabar con todo nuestro dolor, vergüenza, culpa y maldad.

En estas tres verdades cristianas encontramos el análisis, el diagnóstico y la solución más convincente a la condición humana que nadie ha dado en toda la historia de la humanidad.

Jesús no solo satisface nuestra necesidad más profunda: la necesidad de ser rescatados. También satisface nuestros anhelos más profundos: pertenencia, propósito, identidad y realización (Juan 10:10).

Y lo hace por gracia, quitando nuestra culpabilidad y vergüenza, cubriendo nuestras imperfecciones con Su perfección y adoptándonos en la familia de Dios, donde se nos asegura una identidad eterna como hijos suyos. Es, sin duda alguna, la mayor misión de rescate de la historia.

Yo había ejercido como abogado, había trabajado en política y me había sentado con los gabinetes de varios Primeros Ministros. En el ámbito profesional, las cosas no podrían haber ido mejor. Sin embargo, algo no iba bien. Hasta que no acepté que dentro de mí nunca encontraría la satisfacción que mi corazón anhelaba, no vi lo que había tenido enfrente durante tantos años. El amor de Dios me persiguió. Jesucristo, el único Salvador que el mundo ha conocido, vino a por mí, y mi vida cambió radicalmente.

Curiosamente, incluso la película The Martian—cuyo claro subtema es la autosuficiencia— hace una concesión flagrante. Sí, el astronauta Mark Watney merecía el elogio que recibió por haber sobrevivido todas esas semanas en Marte. Sin embargo, al final no pudo salvarse a sí mismo. Al final, todo su ingenio no fue suficiente. Necesitaba que alguien le rescatara. Su viaje final de regreso a la seguridad de la Tierra fue posible gracias a una misión de rescate desde el exterior.

Tal vez los guiones de las películas sean un reflejo de lo que encontramos en nuestros corazones: que nuestra mayor necesidad es tener un Salvador del más allá. Afortunadamente, en la persona de Jesucristo, eso es exactamente lo que se nos ofrece. Él ha hecho todo lo que nosotros no podíamos hacer por nosotros mismos. La pregunta para ti y para mí es: ¿Lo rechazamos o lo aceptamos?

 

Traducción: Dorcas González Bataller
Este artículo se publicó originalmente en www.ymi.today el 7 de diciembre de 2018.

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