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Un profesor jubilado de la Universidad de Princeton, un viejo amigo, en una carta detalló las objeciones que tenía contra la fe cristiana. El comentario final parecía hacer sombra a todas las otras consideraciones, y estaba escrito como quien tiene autoridad para cerrar la cuestión: Tampoco puedo creer en un nacimiento virginal. Aparentemente, esa creencia era inverosímil, absurda e infantil.

¿Por qué el nacimiento virginal es el milagro más difícil de creer? ¿Por qué es más desconcertante que la idea de que Jesús caminara sobre el agua, o multiplicara los panes?

Quizá porque no nos importa que Dios haga lo que quiera con su propio cuerpo, y porque nos encanta recibir regalos. Sin embargo, nos ofende la idea de un milagro que nos incomoda, que tiene el potencial de entorpecer nuestros planes y nuestras preferencias.

Pensé en responder a mi amigo con razones positivas por las que creer en un nacimiento virginal, pero luego me di cuenta de que, de hecho, ya creía en un nacimiento virginal.

En la historia de Navidad encontramos un nacimiento virginal:

—¿Cómo podrá suceder esto —le preguntó María al ángel—, puesto que soy virgen?
—El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Así que al santo niño que va a nacer lo llamarán Hijo de Dios”. (Lucas 1:34-35)

Lo admito. No es normal. Pero la crítica que no propone una alternativa es una crítica vacía; una hipótesis solo es plausible o implausible en función de las hipótesis alternativas que haya. Entonces, ¿cuál es exactamente la alternativa?

Mi amigo el profesor John Lennox debatió recientemente con otro profesor de Princeton, Peter Singer, uno de los ateos más influyentes del mundo. Lennox le desafió a contestar esta pregunta: “¿Por qué estamos aquí?“. Y esta fue la respuesta del profesor Singer:

“Podemos suponer que, de algún modo, en el caldo primigenio varios grupos de moléculas se empezaron a reproducir; así que no creo que necesitemos ninguna [explicación] milagrosa o misteriosa” (1)

Sinceramente, un grupo de moléculas que de algún modo emergen del caldo primigenio suena, a mi entender, bastante misterioso. De hecho, sin una mayor explicación, esta teoría no suena demasiado diferente a la del nacimiento virginal.

O veamos el último intento del físico de Cambridge Stephen Hawking de proponer una explicación atea del universo:

“… el universo puede crearse y se creará desde la nada. La creación espontánea es la razón por la que hay algo en lugar de nada, la razón por la que el universo existe, la razón por la que nosotros existimos” (2)

Pero la materia física normalmente no aparece de la nada, así que esta explicación también queda fuera del ámbito de lo ordinario. ¿Es este un nacimiento menos milagroso que el relato de la Navidad?

O, para acabar, consideremos la posición del prominente filósofo ateo Quentin Smith:

“El hecho es que la creencia más razonable es que venimos de la nada, por medio de nada, y para nada… Deberíamos… reconocer nuestro fundamento en la nada y sentirnos maravillados ante el asombroso hecho de que tenemos la oportunidad de participar brevemente en este increíble destello que interrumpe sin razón el reino del no-ser” (3)

Esa es una descripción sorprendentemente honesta, pero de nuevo, no queda claro por qué un fundamento en la nada es más razonable que un fundamento en Dios.

La cuestión es que vivimos en un mundo milagroso. Independientemente de la cosmovisión de una persona, la “extraordinariedad” del universo es evidente tanto para los teístas como para los ateos y los agnósticos. Por tanto, la cuestión no es creer o no en un nacimiento virginal, sino qué nacimiento virginal decidimos aceptar.

Podemos creer en el nacimiento virginal de un universo ateo que es indiferente a nosotros, un universo donde “en el fondo no hay ni diseño, ni propósito, ni bien ni mal; nada, sino solo indiferencia ciega y despiadada” (4)

O podemos creer en el nacimiento virginal de un Dios que nos ama tanto que “se hizo hombre y habitó entre nosotros” (Juan 1:14). Emanuel, Dios con nosotros.

Jesús nació frágil, como todos nosotros. La noche antes de morir, dijo unas palabras que a cualquiera que haya conocido la desesperación le sonarán familiares: “Es tal la angustia que me invade que me siento morir” (Marcos 14:34). Entre su nacimiento y su muerte, Jesús pasó por la experiencia de llorar la muerte de un querido amigo (Juan 11:35); también experimentó la soledad cuando sus amigos le abandonaron, huyendo cuando más los necesitaba (Marcos 14:50).

Hay un tipo de relación profunda que solo es posible entre personas que han pasado juntas por lo peor. Gracias a Jesús – porque el que hizo nacer el universo también nació entre nosotros – podemos tener ese tipo de relación profunda con Dios. Eso es lo que celebramos en Navidad.

Crecí cerca de la ciudad de Nueva York, y uno de mis recuerdos más claros de la Navidad es ver a personas sin hogar mendigando en las esquinas. Si llevaba algo de dinero suelto, se lo daba, pero imaginaos a alguien que ofreciera darles su casa a cambio de esa esquina en la calle; alguien que, en lugar de darles unas cuantas monedas, les diera las llaves de su casa. Imaginaos a alguien que “siendo por naturaleza Dios, no consideró el ser igual a Dios como algo a lo que aferrarse, sino que se rebajó voluntariamente tomando la naturaleza de siervo y haciéndose semejante a los humanos” (Filipenses 2:6-7).

En Navidad, Jesús de forma literal viene y vive en nuestro hogar – lleno de sufrimiento, miseria y remordimiento – y nos ofrece el hogar en el que un día lo convertirá: un hogar eterno donde “[Dios] enjugará toda lágrima de nuestros ojos”, donde “ya no habrá más muerte, ni lamento, ni dolor” (5). O, como Tolkien escribió, donde “todo lo triste se volverá irreal”.

Vince Vitale es conferenciante del equipo de RZIM en Oxford, Inglaterra.  

(1) “Is There a God”, Melbourne, Australia, 20 de julio, 2011.

(2) Stephen Hawking, El gran diseño (Crítica. Grupo Planeta, 2010), 132.

(3) Quentin Smith, “The Metaphilosophy of Naturalism”, Philo 4.2., 2000.

(4) Richard Dawkins, El río del Edén (Editorial Debate, 2000), 133 de la edición en inglés.

(5) Apocalipsis 21:4. Más sobre este tema en el libro: Why Suffering?: Finding Meaning and Comfort When Life Doesn’t Make Sense, por Ravi Zacharias y Vince Vitale. Vince tiene un doctorado sobre el problema del sufrimiento. Ahora es profesor en Wycliffe Hall de la Universidad de Oxford, y tutor académico en Oxford Centre for Christian Apologetics.

 

Traducción: Dorcas González Bataller

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